
Tengo una cámarita intrauterina. Soy Espía sexual. Científicos, sociólogos y sicólogos inventaron mi carrera, cuando se convencieron que no había mejor camino para derribar al enemigo, que el sexo. El sexo es la debilidad de muchos. La flaqueza de grandes mentes. La vida privada se paga muy bien. Se más que la propia alma de mis víctimas. Todos piden mis servicios: Periodistas de espectáculos, directores de cine porno, redes noticiosas internacionales, pervertidos, estrategas de guerra, mujeres desconfiadas de sus maridos, ginecólogos, científicos biológicos, y muchos más. Conozco a mucha gente en detalle. Mis cámaras exteriores delanteras casi siempre captan los rostros de placer de cada espiado. Facetas deformadas inimaginables. Cuando mis cámaras encuentran un poco de estabilidad en el vaivén de mis atributos, logran sacar hasta diez fotografías por segundo. Hay algunas muy decidoras que me hacen ganar el triple en las altas esferas de poder. Gracias a mí, este país ganó la guerra contra los vecinos. Obtuve unas fotos claves para las relaciones internacionales. Mis cámaras de exterior trasero pueden llegar a captar tamaños, texturas de sábanas, y todo tipo de superficies en las que sean posadas, cuando son elevadas pueden hacer zooms a distancia y captar detalles del lugar de encuentro. Me pagan mejor cuando “les hago el sexo” en sus propias casas, porque los zooms pueden captar información clasificada. Cada vez que ando con información muy importante, me pongo paranoica, trato de llegar a casa lo antes posible y descargar los contenidos en el computador muy rápido, la envío por la red eléctrica y así me deshago de ella, me pagan por adelantado.